Así es y ha sí deseo que sea que cada vez que aparece una situación como la que acabamos de vivir, el corazón sienta dolor y las lágrimas emanen con fluidez. He visto a los vecinos del barrio, mujeres y hombres, estremecerse por el fallecimiento de una joven madre de cuatro hijos, más el que murió en su seno. Era una mujer muy humilde y muy sencilla, tímida y había que repetirle las cosas más de una vez para que se enterase, pero era noble y trabajadora, sin ayuda alguna de su conviviente, a quien le gusta beber y fumar. Esta mujer no tenía familia, su única familia eran sus cuatro hijos y la gente que la conocía y le ayudaba para que pudiera dar de comer a sus hijos.
Esta buena mujer y madre, trabajaba en lo que podía, recogía naranjas, papayas… y las vendía para hacer su mercadito, también trabajaba en algún comercio, pero sucedía que parte de lo que ella llevaba su conviviente se lo cogía para gastarlo en sus vicios: No sé por qué razón seguía con este hombre, tal vez porque necesitaba compañía, una mínima protección, más de una vez, así cuentan que la maltrataba. No me extraña que en el velorio algunos comentaran –por debajo- “ya ha descansado”, sin embargo, me preguntaba y otros también se preguntaban, ¿qué será de los cuatro niños? ¿Quién les dará de comer? ¿Quién cuidará de ellos? El padre decía que él se hará cargo, lo cierto es que nadie confía en sus palabras, pues ¿qué ha hecho hasta el momento?
¿Qué le pasó a esta humilde y humillada mujer y madre? Estaba de nueve meses embarazada, le faltaban unos días para dar a luz, se cayó en la escalera que estaba apoyada en un árbol recogiendo naranjas, sintió un gran dolor, pero aguantó hasta el extremo de pasar un par de días, la fiebre subió y se hinchó, la llevaron al hospital, el bebé estaba muerto dentro de su tripa, seguramente desde la caída, sacaron al bebé e intentaron que remontará , le apoyamos en las medicinas necesarias; sorpresivamente le dieron el alta del centro de salud, decían que ya estaba bien, pero al día siguiente la volvieron a internar en un estado lamentable, intentaron remontarla, pero poco a poco, fue complicándose el cuadro médico, hasta que decidieron evacuarla a Pucallpa, mientras venía la avioneta, esta mujer dejó de respirar y murió… Sentí una gran indignación y rabia, soy consciente de que el centro de salud no es un hospital, no hay especialistas, no hay… tantas cosas carecemos a nivel de salud… Murió y no había quien se hiciera cargo del ataúd y de todo lo que se precisa en estos casos, finalmente la municipalidad apoyó.
Tuvimos que velarla en la escuelita jardín del barrio, ya que su ramada –porque no tienen una vivienda digna- no ofrece ninguna posibilidad de poder velarla allí. Nos hicimos presente la tarde de su muerte para poder ayudarles y sostenerles en su dolor. Los niños correteaban de un lugar a otro, sin darse cuenta de lo que estaba ocurriendo; el mayorcito estaba fuera muy triste y muy preocupado por lo que venía, se percibía que no tiene una buena relación con su padrastro, más bien le trata mal. Los vecinos del barrio se iban acercando a la escuelita, en el momento de rezar, pudimos observar las lágrimas de muchos de ellos, no sé si por la difunta o más bien por la situación de desamparo en la que quedan estas cuatro criaturitas.
Quedamos que el entierro seria al día siguiente a las tres de la tarde. Amaneció un día triste, a media mañana llovió con fuerza, ya en la tarde nos dirigimos al barrio, la lluvia dejó el camino en muy mal estado, todo era barro de tierra arcillosa y resbaladiza, de nuevo empezó a llover; llegamos al barrio, esperamos que menguase la lluvia y rezamos juntos por nuestra hermana. Imposible que pudiera acercarse el carro para trasladar el féretro, había que cargarla; algunos hombres que estaba cerca de la escuelita estaban mareados; otros estaban trabajando en una obra comunal, tuvimos que acercarnos y rogarles que ayudaran a enterrar con dignidad a esta mujer humilde, después de hacerse los remolones y poner impedimentos, al final conseguimos cuatro personas que se decidieron por apoyarnos. Seguía lloviendo, el camino hecho barro, los niños con su padre y abuela tras el féretro y un grupo de mujeres del barrio que les acompañaron hasta el cementerio.
Volvimos cabizbajos y preocupados por el futuro de esos niños. En el camino recordamos a la difunta, pues nos era conocida; no puedo olvidar cuando llamaba a la puerta de casa y nos traía unas pequeña papayas con el fin de alcanzarle algún dinerillo o víveres para dar de comer a sus hijos.
Se marchó triste, tampoco puedo olvidar su “mirada”, su última mirada en el hospital antes de expirar y entregar su espíritu. Sería una mujer ignorante y muy humilde, pero trabajadora para asistir a sus hijos hambrientos. No sabemos de su historia familiar, le costaba hablar, era muy tímida; quizá tuvo que vivir muy sola y, quizá por eso, permaneció al lado de alguien que le ofreció un poco de compañía, aún a veces pagando un precio muy alto.
La dignidad no depende de los méritos individuales, sino del hecho mismo de ser una persona, un ser humano, independientemente de su condición, sin embargo, nos olvidamos de ello con frecuencia y permitimos que pase lo que está pasando a nuestro alrededor. La carta de los Derechos Humanos está en el papel, la realidad es otra, seguimos olvidando que cada persona es única e insustituible. Y “creó Dios a los hombres a su imagen; a imagen de Dios los creó; varón y mujer los creó” (Gn 1,26-27).